El Pan… el Pan sobre la Mesa



Oh, la mesa

(Sobre la poeUsía del PoeTú)


Y me oirá decir: ¡oh, la mesa!
Oh, la... me oirá decir: ¡oh, la mesa!
Y me preguntará: ¡dónde! ¡Venga!
Y me oirá decir, oh la
oír decir... oh la... oh, la mesa!
la mesa... ¡con el pan!
Y él me querrá me querrá
cuando yo digo, oh la... oh, la mesa
con el pan, encima
con el pan de plomo
con ese pan de ahí, pesado como el plomo
con el pan, que como submarino*
emerge de esa mesa inmóvil
de esa tabla de la mesa deslumbrante
y se preguntará
oh el pan...quién lo conduce, el pan?
Porque me querrá
pensará él
me querrá cuando digo: oh la
... encima... el pan
pero me oirá, oirá decir: oh, la mesa:
significa una incoherencia en mi vida
significa, la mesa, una incoherencia
mi mano no consiguió, domesticarla
se trata de una mesa aún por domesticar
una... oh, la mesa, vaya, una mesa
sobre la que reposa un pan en su cuerpo ensamblado
y habrá querido que yo, como el pan:
pero como los largos, silenciosos sábados de entonces..., de entonces...
mis ojos dejarán de lado su deseo
pues, pues lo, pues lo que entonces como... oh, la mesa...
captada cosa, lo que entonces como... oh la...
oh, la mesa, captada cosa
es por varias cosas mías como un hogar
y el pan. Qué más es el pan
que un detalle del que no vale la pena hablar,
oírlo, de todas maneras sólo oiremos la queja del pan
al recitar de memoria cómo él, el pan
salmodia, al incurrir en el injurioso
yambo, al abandonar en tanto que pan hablado, el hermético círculo
de su silente auto-representación , y  hay que fijarse:
con negligencia abandona y como, oh, auténtico
pan con una cruz (X)
estalla fuera de sí, como
mi sufrida presencia en el mundo por amor sólo de la vida
sorprende con el pan hablado, la palabra reventada
 de la callada bocamina de la mesa,
y me oirá decir... oh ella!
oh la... me oirá decir... oh, la mesa!
y me deseará por la palabra
por la... pues, ¡la palabra!
Por la palabra que dejará a la mesa sin pan
con el tiempo, deseará que, a su disposición
esté debajo de la mesa, oh y encima...
el pan, revuelto, el submarino y mientras la
pura superficie contempla un futuro deslumbrante
deba yooh, yoaup, deba yooh, a él
en la sombra de la mesa, entre las
fuertes patas allí presentes como cuatro elementos
estar a su disposición, en posición como apaleado por una injuriosa
palabra, debajo de la mesa, tenga yo que coger su cosa
con la mano, tenga tenga que coger su idioma
con la boca: un idioma de los hombres, ¡un...
que de la mesa estalla hacia la boca,
idioma de los hombres! Por lo tanto
quería yo, cuando me oía decir:
oh la... oh, la mesa! Cuando yooh
por lo tanto quería yo querer, quería, el pan acendrado
aristotelizar, el pan, que una onda de desnudez
ha desprendido entre las cosas, innecesaria desnudez
incontables cosas ha mostrado en innecesaria desnudez
y a pesar de todo así se hizo, se hizo grande, se hizo joven, rubio y grande,
se hizo en sintonía con la mesa, a la mesa
y al pan, un tiempo, pues, se está terminando, un tiempo
del tipo que, intensamente transcurre, que, o festivamente
se detiene, o que intensamente transcurre
un tiempo que impone un plazo a la mesa,
pero mi yooh, oh, instrucción
dada al destino: ¡dale pronto de todo! me da pena
me oirá decir: me da pena
oirá decir cómo digo... oh la... oh, la mesa!
Y querrá preguntarme: oh la... me?
Con el pan encima, la poesía en su oscuro,
cuerpo ensamblado, que salmodia y con el que
todo queda dicho, más que todo, yo quiero del pan
de encima más que todo
más que todo, quiero, por las tardes, si el zorzal
enmudece, que haya tenido más que todo, debe
que haya sido llorado tan secamente como en una línea
de Trakl, me debe, debe, debe, me debe, haber
dejado acabado, acabado, debe haberme
oído decir: ¡TÚ NO! Puedo pulsar el pan
y tengo tu pecho: (un pecho para dioses)
puedo pulsar tu pecho
y tengo tu corazón... (un corazón para dioses)
¡pero no tú! Sólo el pan
quiero poder no haber podido más, quiero
después del pan, en el que tanto hincapié he hecho
poder no haber podido nada más
pero yo oh yo no soy yo no soy con todo no soy
con todo embargo ¡algo posible!
El ha querido tener sus manos en mí pero
yo no soy, no soy algo posible
¡no por el pan... y no... debajo de la mesa!


*La palabra suparino es un juego de palabras en alemán que relaciona la palabra pan y submarino.

Gerhard Falkner


Este post comienza con un poema que hacía mucho tiempo no releía. Puedo recordar la primera vez que escuché este poema en la voz del escritor  Gerhard Falkner, fue en la inauguración del IV Festival Mundial de Poesía de Venezuela; sin duda una experiencia estremecedora. 






Un poeta del que no había escuchado antes, leía en alemán un poema del cual no entendía una sola palabra, pero lo que escuchaba era capaz de sacudirme de una manera impresionante. Luego, cuando el poema fue leído en español estaba alucinada.

De este poema siempre he admirado el trabajo con la palabra -a ver… me dirán: de toda poesía capaz de conmover, lo que asombra es el trabajo con la palabra- pero lo que me deslumbra es la capacidad que tiene de evocar a través del sonido la palabra, la construcción fonética del texto. La palabra retumba dentro de uno y queda como un eco  el significado de ella. Este poema para mí  es imposible concebirlo fuera de un contexto cercano a la oralidad; recitado, el poema cobra vida, se eleva a otra dimensión, se vuelve rito del cual el alma unida a la carne es partícipe. Yo danzo con este poema cuando se lee, siento como cada partícula de mi interior vibra con esta lectura ritual; y finalmente, el cierre del poema me golpea con el peso semántico de la palabra,  como para terminar el trance evocado por la sonoridad. 

Pero más allá de lo que es capaz de evocar en mí este poema, disfruto en pensar como la mesa y el pan terminan convirtiéndose en testigos y cómplices de lo que  acontece a su alrededor y cómo cobran vida.

Con la entrada pasada del blog, no imaginan lo entusiasmada que estuve por días de poder ser partícipe aunque fuese por unos minutos de ese Taller Blanco que nos regala Montejo y  presenciar lo que es la elaboración del pan; ese pan de cada día  se posa en nuestra  mesa, que en las mañana nos da los buenos días o nos pregunta al final del día. Pero debo confesarles algo, nunca, nunca pensé que fuese tan difícil poder entrar a una panadería y ser partícipe de esa experiencia. 


Evidentemente, esta experiencia quería atesorarla como parte de un proyecto que me propuse realizar hace tiempo en un taller de fotografía. Sin embargo, tengan por seguro que no fue tarea fácil. Luego de preguntar por todas las panaderías que se me ocurrieron y de que me fuera negada una y otra vez la posibilidad de presenciar la hechura del pan, conocí al señor Manuel. Manuel es el dueño de una panadería de la que soy cliente asidua (las milhojas de dulce de leche son para morir lentamente), peeeero, él nunca está allá sino en otra panadería, uno de los trabajadores me dijo que lo buscara ahí. Este señor fue el ser más amable del mundo (luego  de que te miran con mala cara en varias de las panaderías y te ignoran cuando hablas, la sonrisa y entusiasmo del Sr. Manuel se conviertieron en un oasis) y sin dudarlo me abrió las puertas de su panadería para ser testigo del Taller blanco.
A las 7:00 a.m. llegué a la panadería (citada a esa hora por el Sr. Manuel, ya que él llegaba a esa hora), ya todo el mundo estaba inmerso en la faena. Cuando abrieron las puertas que me llevaron a un mundo, hasta ese momento desconocido para mí, conocí a Alberto Sequeira, José Perdomo, Iván Sanabria y Miguel Rebolleda. Estos cuatro hombres me recibieron como a un pariente. Yo que me sentía torpe y atravesada en todos lados con mi cámara, poco a poco me fui uniendo a ellos. 

Y…a ver… la magia del Taller blanco como la idealicé no existía, esas estrellas de harina flotando etéreas en el aire y la candela de los hornos esperando el pan no estaban;  ahora los procesos son más ¿tecnológicos?: hornos eléctricos, máquinas que amasan, que cortan... Pero, descubrí que la magia del Taller Blanco todavía existe, aunque no como la imaginaba. Esa magia está en el gesto cuidadoso al armar los cachitos, en la risa que anima a seguir cuando apenas la ciudad despierta, en la camaradería que hay entre los trabajadores que desde tempranito comienzan su labor  para calentar nuestro estómago.

De esta forma, el pan no sólo es testigo de nosotros una vez en la mesa, antes de estar allí, es el cómplice y confidente de unas manos que cuidadosa y silenciosamente lo conciben, mucho antes de “emerger” en nuestras mesas como “suparino”.

Estrella G.


 
Nota: El poema ha sido sacado de http://www.lyrikline.org/de/index.php?id=163&L=3&author=gf00&poemId=794&cHash=a1d20c1a30 y es traducido por Clara Janés.


Las fotos que acompañan esta entrada son producto de la aventura.

Comentarios

  1. He disfrutado muchísimo, ambos artículos cuya temática gira en torno a ese noble alimento que es el pan. Emoción, vivencia, pasión y arte se conjugan en estos artículos. =ojala podamos disfrutar otros más!

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