Días de Metal y Melancolía
Tengo un tiempo ya sin escribir
en el blog, no les voy a mentir, la ciudad y la vida son difíciles. En mi
cabeza siempre hay un tema recurrente: Caracas es muy jodida. Con esta isotopía
surge un sinfín de reflexiones. Les cuento que hace unos días estaba
resolviendo unos asuntos en el banco, cualquiera que vive en Caracas sabe lo
que eso significa: horas de espera para ser atendido, horas de espera para
resolver el asunto que te preocupa, etc, etc… y finalmente, te vas del banco
sin resolver nada, o si eres muy afortunado con un peso menos de encima. Luego
de salir del banco en una de esas inhabituales jornadas de éxito, me dirijo a
una reunión de trabajo. De camionetica en camionetica, finalmente me monto en
la que me llevaría a la avenida Urdaneta, le pregunto a conductor si me puedo
sentar de copiloto (no sabía si iba a ir sentada la persona que cobra) y me
dice que sí -siempre y cuando le cante una canción de cuna- le digo que eso va a estar bien difícil porque
íbamos a ser dos los dormidos, nos echamos a reír y arrancamos. El señor me
estuvo hablando de su vida durante el trayecto, más que de él, me habló de su
hijo de 8 añitos. El chofer era un padre soltero que le había tocado pelear
ante la LOPNA el derecho de criar a su hijo. Él solo había logrado sacar adelante,
como podía, a su muchachito, y por lo que me contó ha logrado criar a un chamo
pilas y trabajador. Nunca le pregunté su nombre (cosa que me molesta mucho
conmigo), pero lo que sí puedo decir, es que luego de saber que iba súper
retrasada a la reunión a la que debía asistir, este señor hizo más fácil mi
vida con su humor y actitud positiva ante la vida (que como lo mencioné es bien
jodida). Cuando se enteró que iba tarde a una reunión me respondió “me hubieras
dicho y le metía la chola”, eso no sólo me dio risa ya que, si era cierto que
era muy simpático, también lo era que manejaba como un psicópata, además me
sorprendió y alegró que todavía uno se tope con extraños en esta ciudad que
estén dispuestos a ayudarte. Ya cerca de mi parada, me despido de él y le doy
el dinero del pasaje, él se niega a aceptar los billetes, yo insisto y
finalmente él me dice que me guarde esos realitos, me sonreí, le mandé saludos
a su hijo y me bajé de la camionetica pensando que posiblemente más nunca lo volvería
a ver. Primera vez que iba a una reunión de trabajo con dos horas de demora y con
una sensación general de bienestar.
Contada esta anécdota, les comento
que en primera instancia, pensé hacer un post partiendo de una cita tomada del
discurso que Federico García Lorca dio en la inauguración de la primera
biblioteca pública de Granada, en el que mencionaba “Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido
en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro”. Esta
idea me parece maravillosa, si bien es cierto que hay que alimentar el cuerpo,
el alma nunca puede ser olvidada. Partiendo de esta idea, tenía pensado hablar
un poco sobre mi experiencia con la obra de Heddy Honigmann, que sin duda
representa para mí, un manjar exquisito del que mi alma irremediablemente se ha
vuelto golosa. Sin embargo, luego de mi encuentro con el chofer anónimo, sentí
necesario escribir sobre él, sobre cómo este encuentro humano también fue
alimento y remedio para mi espíritu agitado. Escuchar a personas que no conozco, hablar con ellas y
que se abran ante uno como caminos que
desean ser transitados, considero que es uno de los placeres más bonitos que he
tenido la oportunidad de gozar (gracias a dios existe Una y muchas vidas en la
palabra, un libro publicado por la Fundación Casa de las Letras Andrés
Bello, éste es un recordatorio del trabajo que alguna vez realicé recogiendo
historias de vida orales por el país). Entonces, motivada por esta vivencia hoy
compartiré y me despediré de ustedes, por ahora, con una muestra de Metal y Melancolía (1994), una de las obras de
Honigmann que me dejó prendada de ella y su obra. Este documental es sin duda mucho
más que alimento para el alma.
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